Escuchen y unan sus manos: Amen, obedezcan y sean gratos a los ojos del Padre, no a los ojos de los hombres. Ámense los unos a los otros como Él nos ama. Sean ejemplo no en sus actitudes sino en sus sentimientos.
Busquen en sus liturgias y observen que en una parte de estas dice: Desen aquel abrazo fraternal, más no uno en la unión de sus cuerpos, sino en el sentir de sus almas. Ese es el resplandor, la sinceridad, el apoyo que debemos darnos unos a otros como prójimos, es la entrega, es aquel sentimiento de paz, de sinceridad, y de amor hacia nosotros mismos. Pues, ¿cómo podríamos decir que somos hijos del Altísimo, si no nos importan nuestros hermanos que a la vez son imagen y semejanza de aquel Dios viviente en nosotros?
No se nos pide que memoricemos, ni que nos encerremos a leer textos, se nos pide que nos encontremos a nosotros mismos, que nos amemos a nosotros mismos, que nos respetemos a nosotros mismos y con ello amaremos a Dios. Demos gracias al Altísimo por lo que hayamos conocido, demos gracias a nuestro prójimo y agradezcamos a nosotros mismos por el camino que hemos recorrido hasta ahora.